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* toda noticia "stone", la encontras aqui ! : informaciòn de los miembros de la banda, sus mùsicos, sus esposas , sus ex esposas , parientes e hijos ...

* "every stone news, you find it here: information of its members, its musicans and their wives, ex wives, partners and children ...."

* Los Stones son más que una banda de rock , los Stones son un estilo de vida!

* The Stones are more than a rock band, the Stones are of life style !
ANDREW LOOG OLDHAM

* Las publicaciones son trabajos de investigación, interpretación y traducción del autor ( Marcelo Tejera ) y no pueden ser reproducidos en otros sitios web, en todo o en parte, sin su autorización expresa.

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martes, 19 de marzo de 2013

Adelanto exclusivo de “Yo Fui el Camello de Keith Richards”, el libro de memorias de Tony Sánchez.


La editorial Contra pone hoy a la venta este título explosivo que relata con lujo de detalles la relación de la banda británica con los estupefacientes y el escándalo

Hoy llega a las tiendas una biografía peculiar de The Rolling Stones, la escrita por Tony Sánchez, el que fuera amigo íntimo de Jagger, Richards y Jones, y también ‘dealer’ de la banda durante dos décadas. Publica la editorial Contra. "Stones Please Dont Stop Blog"  les ofrece un avance exclusivo.

Durante alrededor de dos décadas, Tony Sánchez –a quienes conocían en Londres como “Spanish Tony”– convivió muy cerca de Brian Jones (hasta su muerte), Mick Jagger y Keith Richards, el núcleo fundador de The Rolling Stones. Nunca formó parte de la banda, evidentemente, pero sí de su séquito, su entourage, primero como camello de Jones y posteriormente como enlace del resto de la banda con el submundo del mercado negro de estupefacientes. Y esta relación –tan de amistad como de dependencia mutua– le permitió vivir en primera persona y en primera fila algunos de los acontecimientos que han marcado la historia y la evolución del rock. Sánchez estuvo presente en el momento fundacional de los Stones, vivió los disturbios de Altamont y la grabación de los discos míticos alimentados por LSD y cocaína, y al cabo de un tiempo, a partir de aquellos recuerdos, urdió un libro memorable que hoy se publica por fin en traducción al español.

La edición corre a cargo de Contra, y hoy llega a todas las librerías: 384 páginas de estimulante y veloz biografía de los Stones, siempre en contacto con el lado bestia de la vida, la santa trinidad formada por sexo, drogas y rock’n’roll. Si te ha picado la curiosidad, aquí puedes comprobar cómo empieza todo: te ofrecemos en exclusiva, y cortesía de la editorial Contra, las páginas iniciales del primer capítulo de “Yo Fui el Camello de Keith Richards”, en el que se explica el encuentro de Tony Sánchez y Brian Jones en un club del Swinging London, la primera transacción por drogas entre el uno y el otro, y una noche accidentada que concluye en orgía. Aperitivo morboso de un libro que se devora con avidez.

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Todavía me alucinaban los Rolling Stones a mediados de los años sesenta. Los Beatles eran más ricos y vendían más discos. Pero habían comprometido su integridad con sus pelos bien cortados y sus actuaciones ante la realeza. Los Stones eran los nuevos potentados de Londres. Sus cortes de pelo, su actitud, su ropa, eran imitados por todo joven que aspirara a ir a la moda: desde elegantes aristócratas ociosos a estudiantes que apenas acababan de dejar atrás los pantalones cortos. Resulta difícil recordar ahora la gran influencia, aunque efímera, que llegaron a ejercer. Ningún otro músico antes que ellos había ejercido tal poder en aras de una revolución social.

En el centro de todo ello se encontraba Brian Jones. Era el Stone con talento musical, el que podía coger cualquier instrumento —desde un saxofón a un sitar— y aprender a tocarlo en menos de media hora. El que se ganaba la vida interpretando rhythm and blues, puro y trepidante, cuando Mick Jagger no era más que un estudiante mediocre en la London School of Economics y Keith Richards otro mugriento delincuente y estudiante de arte que se creía Chuck Berry porque podía arrancar tres acordes a su guitarra desafinada.

Brian personificaba la actitud hedonista y arrogante, el principal atractivo de los Rolling Stones. Había abandonado a seis hijos ilegítimos, todos chicos y todos de distinta madre. Fue el que se dejó el pelo más largo. El primero en vestir ropas escandalosamente andróginas —blusas de chifón, sombreros de Ascot y maquillaje— y, sin embargo, le rodeaba tal halo de agresividad guerrillera que nadie hubiera osado sugerirle a la cara que no tenía un aspecto demasiado masculino. Brian era el líder y los otros Stones le seguían detrás cojeando.

Las cosas habían cambiado últimamente. Entre quienes trabajaban con los Stones se rumoreaba que, involuntariamente, Mick y Keith estaban subyugando a Brian, quebrantado su voluntad, destruyéndolo. Egocéntricos, obsesionados con llegar a ser estrellas del rock, no podían perdonarle a Brian Jones que al principio les hubiese doblegado, musical y visualmente, a su voluntad. Tales rumores son algo habitual en el turbulento y malicioso mundillo de la música rock, y nunca me los tomé en serio… hasta ahora.

Eran las dos de la mañana y estaba saboreando un whisky escocés con hielo en un oscuro club nocturno londinense llamado Speakeasy, esperando a que apareciera mi amiga, que era bailarina en la discoteca. El club estaba abarrotado de chicas y chicos guapos que habían convertido momentáneamente a Londres en la capital de moda del mundo occidental. Quizá el Swinging London no sea ahora más que un viejo cliché. Pero entonces era una realidad y todos trabajábamos duro para perpetuarla.

En clubs como el Speakeasy, todos intentaban parecer súper cool pero en realidad se pasaban el rato mirando alrededor en busca de alguna cara famosa. Es fácil adivinar que ha llegado una estrella porque todo el mundo —incluidas las bailarinas— comienza a abrir hueco. Cuando sucedió esta vez, levanté la vista, y ahí, tambaleándose hacia mí, estaba Brian Jones.


No era el Brian que había conocido doce meses atrás. Entonces, su pelo dorado brillaba como el sol, estaba moreno, era ágil y guapo. Ahora el pelo le colgaba lacio y grasiento alrededor de la cara, pálida como la muerte; tenía los ojos inyectados en sangre y las sombras que se extendían por su rostro eran las de alguien que no había dormido en mucho tiempo.

—Eh, Tony, ¿cómo va todo?

Sonrió, le pedí un whisky y me sentí halagado, no solo de que el guitarrista principal de los Rolling Stones se hubiese acordado de mi nombre sino de que además me hubiera escogido a mí, de entre todas las personas que conocía en un club de moda como el Speakeasy.

Hablamos un rato sobre discos y sobre las últimas pelis de estreno; luego dejó caer, como por casualidad, la pregunta que había estado esperando:

—¿Sabes dónde puedo comprar, Tony?

No soy camello, pero de joven había trabajado en el Soho, primero como portero de discoteca, luego como crupier, así que sabía exactamente adónde ir para conseguir cualquier cosa, ya fuera una bolsa de hierba o una metralleta Thompson. Por consiguiente, la gente del mundillo del rock había pasado a utilizarme como reacio intermediario en sus flirteos con el submundo londinense. Aunque tenía miedo de que este papel acabara por causarme problemas, era lo suficientemente joven y alucinaba tanto con los famosos como para llegar a la conclusión de que merecía la penar correr el riesgo si era el precio que tenía que pagar para ser amigo de gente como Brian Jones.

—¿Qué quieres? —le pregunté a Brian, a pesar de que me moría de ganas de cambiar de tema.

Me agarró del brazo y dijo, casi gritando:

—Cualquier cosa, consígueme lo que sea. No me importa una mierda, tráeme algo ya.

Recuerdo sus ojos, tristes y perdidos. Brian Jones, la más célebre, extravagante y exuberante estrella del rock, era ahora un tipo patético. Me zafé de su brazo y me acerqué a un tío negro que conocía y que sabía que a veces pasaba droga para sacarse algo de pasta.

—¿Qué buscas? —susurró—, tengo de todo: coca, tripis, hierba...

—Un momento.

Volví a preguntarle a Brian qué se le antojaba.

Brian no lo pensó ni medio segundo.

—Comprame de todo, Tony —me pidió—. Todo lo que tenga. No me importa lo que cueste.

El precio era 250 libras. Prometí al tío de color que tendría el dinero en sus manos al día siguiente y, como me conocía y confiaba en mí, me pasó todo el alijo en una pequeña bolsa de papel. Cuando regresé a nuestra mesa en mitad de la sala, al lado de la pista de baile, Brian se estaba comportando de un modo tan extraño que temí que fuera a meterse toda la droga allí mismo, delante de todo el mundo. Antes de entregarle la bolsa, le advertí que tenía que ir al lavabo si quería tomar algo mientras estuviese en el Speakeasy.

Sin darme tiempo a terminar lo que estaba diciendo, agarró la bolsa, igual que un niño coge un chupa-chups, y se largó corriendo al baño. Parecía relajado cuando volvió, y sonreía mientras me pasaba la bolsa y me pedía que me ocupara de ella en caso de que le registrara la policía. Yo había empezado a consumir cierta cantidad de cocaína así que, cuando Brian me invitó a tomar lo que me apeteciera de la bolsa, acepté agradecido. No pude creer lo que veían mis ojos cuando me encerré en el baño y abrí la bolsa. Brian no solo se había metido más de medio gramo de coca, sino que al parecer se había tragado un buen puñado de estimulantes y de tranquilizantes. Volví a la mesa armándome de valor y dispuesto a encontrarme a Brian inconsciente en la pista de baile; sin embargo, allí estaba, sonriendo y bromeando con una amiga mientras sorbía su quinto whisky de la noche.

Nos quedamos una hora más, e incluso después de haberse tomado otros dos whiskys, Brian aparentaba estar solo ligeramente colocado. Me llevó algunas semanas darme cuenta de que Brian pertenecía a esa clase de alcohólicos que se pasea por ahí en una zona gris permanente: nunca demasiado borracho, pero tampoco demasiado sobrio.

Lo llevé en mi Alfa Romeo blanco hasta su piso en Courtfield Road, en Earls Court. La noche era cálida y había una luna llena enorme, así que fuimos rápido, muy rápido, con la capota bajada. Brian parecía disfrutar de la velocidad y del viento, que hacía que el pelo se le metiera en los ojos, pues podía oírle mascullar, «Vamos, querido, vamos… más rápido, querido, más rápido».

Me invitó a su piso situado en la segunda planta del gran edificio de ladrillos rojos a fumar un «petardo» —así llamaba Brian a los porros—, y acepté. Mientras lidiaba torpemente con las llaves de su casa, le pregunté de pasada:

—¿qué es eso que he oído decir de que Anita está saliendo con Keith?

Era de todos sabido que Anita Pallenberg, a la que conocía bastante bien, había dejado a Brian por Keith Richards. Brian se estremeció como si le hubieran asestado una puñalada.

—No vuelvas a mencionar el nombre de esa mujer delante de mí—dijo. Pero sus palabras no podían ocultar el dolor que le corroía por dentro y que le estaba destruyendo. Cuando Keith sedujo a Anita, le arrebató el único punto de apoyo que sostenía a Brian, condenándolo a una vida de la que Brian solo ansiaba olvidarse.

Esto fue aún más patente cuando entramos en el piso y fuimos recibidos por Nikki y Tina, dos bellas lesbianas que hacía semanas que vivían con Brian. Este dejó bien claro que los tres compartían su cama extra grande. Lo que era casi tan evidente como que ninguno de los tres soportaba a los otros dos.

Mientras me liaba un porro de la bolsa de papel de Brian, este metió la mano y sacó un trocito de papel secante impregnado con LSD. Después de todo lo que había bebido, de la cocaína y de los estimulantes y tranquilizantes que había tomado, me preocupaba cómo podía afectarle; pero como parecía saber lo que estaba haciendo mantuve la boca cerrada.

Era increíble, pero Brian todavía aparentaba estar razonablemente en plenitud de sus facultades mentales; aunque yo para entonces ya no estaba lo que se dice sobrio, supongo que tampoco era la persona más indicada para juzgarlo. De repente, se le metió en la cabeza poner unas cintas con música que había compuesto. Su cerebro debía estar dando volteretas dentro del cráneo. Mientras intentaba poner la cinta en el reproductor, esta se desenrolló por todas partes; y cuanto más intentaba Brian arreglar el desastre, más lo empeoraba. Al final, acabó sentado en el suelo, llorando, con cientos de metros de cinta magnetofónica enredada a su alrededor. Luego, cuando conseguí que parase, comenzó a hacer trizas la cinta —fruto de semanas de trabajo— con unas tijeras. Entonces cortó unos dos metros para que pudiera escuchar un trozo de algo sin sentido y que sonaba como si hubiera sido parte de una canción buenísima. Nadie sabrá nunca si lo era o no.

Después comenzó a unir la cinta haciendo nudos porque, en su ofuscación, creía que era la única forma de repararla. Luego empezó a poner un pedazo de cinta de atrás hacia delante, sin dejar de repetir, «¡Qué bueno! ¡Qué bueno!». Yo ya había probado el LSD y lo entendí: hacía que todo sonara genial.

El estado de Brian fue empeorando a medida que avanzaba la noche. Se liaba un porro enorme cada veinte minutos o se tomaba un par más de pastillas y se desmayaba en el suelo. Entonces me miró con malicia y gruñó:

—Voy a matarte, Mick —pero entonces se dio cuenta de que era yo—. Lo siento mucho, Tony. ¿Te llamas Tony, no?

Mientras duró todo aquello, las chicas se limitaron a dar caladas a los porros, impertérritas.

—Siempre es así —fue todo lo que comentaron con una risita tonta cuando les pregunté si debíamos encerrarlo en la habitación.

Entonces Brian empezó a llorar, sentado con la cabeza en las manos, como un animal herido. Ver a ese hombre de impresionante talento y belleza, envidiado e idolatrado por millones de personas, tan consumido por el dolor me dolió más que cualquier cosa que hubiera visto antes.

El sol brillaba a través de las ventanas mientras parpadeaba, me frotaba los ojos y me preguntaba dónde coño estaba. Se me había dormido la pierna, tenía el cuello rígido y parecía que un equipo de fútbol hubiera utilizado mi cabeza como pelota para entrenar. Brian dormía con la cabeza apoyada sobre el magnetofón. Las chicas —considerablemente menos exóticas a la cruda luz del día— se acunaban abrazadas en una de las carísimas alfombras persas de Brian. Buscando a tientas en la cocina, conseguí, no sé cómo, hacer cuatro tazas de café solo cargado para espabilar a todo el mundo.

Lo bebimos lentamente. Entonces, Brian picó un poco de cocaína en un trocito de cristal y la esnifamos con un billete enrollado. Sé que mucha gente tiene una fe ciega en la eficacia de los huevos con bacón, pero hay un montón de personas entre la gente del mundo del rock a quienes les resultaría difícil empezar el día sin la adrenalina, sin la estimulante explosión de combustible para cohetes de una raya de coca.

Brian se sintió tan feliz como un niño el primer día de vacaciones de verano una vez que la cocaína comenzó a burbujear por su cuerpo. Nos informó de que iba a llevarnos a tomar un desayuno de los de verdad al Antique Market, en Kings Road, Chelsea. Nos apiñamos en su coche, un Rolls Royce Silver Cloud color plata metalizado con las ventanas tintadas, y nos marchamos dando bandazos: Brian y yo delante, las chicas detrás.

Desde el principio, tenía la sospecha de que Brian no estaba en condiciones de caminar, ni qué hablar de conducir un Rolls, y en menos de trescientos metros mi temor se vio justificado. Brian dio un volantazo en la esquina de Fulham Road y se estrelló contra la parte trasera de un coche aparcado. Cuando se puso a buscar a tientas la palanca de cambios para meter la marcha atrás, fue evidente que quería largarse de allí. No obstante, el impacto había provocado un ruido tremendo y estaba seguro de que varias personas habían visto lo ocurrido. Salté rápidamente del coche y garabateé una nota de disculpa que metí debajo del limpiaparabrisas del coche dañado.

—¿Por qué mierda has hecho eso? —le pregunté una vez subí de nuevo al Rolls.

—Se interponía en mi camino —fue su única respuesta.

Intenté convencerlo de que me dejara conducir a mí hasta Kings Road, pero insistió en que era perfectamente capaz de manejar el coche. Zigzagueamos en dirección a Chelsea, como una pandilla de incompetentes policías de película muda.

Durante el recorrido me vi forzado una y otra vez a pasar la pierna por encima de Brian y estampar el pie en el freno para evitar otro choque. A lo largo de todo el trayecto, la gente no dejó de mirarnos: una panda de estrellas del rock armándola en un Rolls fuera de control. Sorprendentemente, conseguimos llegar al Antique Market sin chocar con nada más, pero como había un montón de coches estacionados sugerí que entrara con las chicas mientras yo aparcaba el Rolls.

—¿Qué crees que soy —estalló—, un imbécil, un idiota o algo así? Soy perfectamente capaz de estacionar  mi propio coche, muchísimas gracias.

Así que, con un giro de volante, dirigió el cochazo al otro lado de la calle, se metió recto en la acera y se estampó contra un muro de ladrillos. El accidente pareció ocurrir a cámara lenta o como si se tratase de la escena de una película. Brian no podría haber ofrecido absolutamente ninguna excusa si la policía se hubiera presentado de pronto.

Cuando me quise dar cuenta, Brian salió trepando del Rolls con las chicas mientras me pedía, tranquilo y con una amplia sonrisa en la cara, si podía aparcar el coche. De modo que subí al asiento del conductor mientras docenas de personas miraban el enorme Rolls con ventanas tintadas estampado, sin motivo aparente, contra un muro de ladrillo. Logré dar marcha atrás y aparcar a la vuelta de la esquina, y ese fue el final de aquel pequeño incidente. Desde ese día he sido un gran admirador de los Rolls porque, aunque el muro quedó completamente hecho polvo, el único daño que sufrió el coche fue una abolladura en el radiador.

Después de tomar café y cruasanes, Brian me pidió que les diera una vuelta en coche por Chelsea durante el resto del día. Le flipaba bajar un poquito la ventanilla de atrás y asomarse para que algunos fans pudieran reconocerle y corrieran hacia el Rolls para conseguir un autógrafo. Cuando se cansó de este juego fumamos unos cuantos porros y luego Brian convenció a las chicas para que se besaran apasionadamente. Cuando me quise dar cuenta, estaba haciendo el amor con una de ellas en el asiento de atrás mientras yo permanecía sentado y atrapado en un atasco en Kings Road, intentando aparentar que no me enteraba de nada.

Brian se estaba granjeando una reputación legendaria como amante, y a medida que llegué a conocerlo a fondo, me di cuenta de que, hasta cierto punto, era bien merecida. Cuando no iba demasiado colocado, no le daba importancia al hecho de hacer el amor con dos —o incluso con tres— chicas diferentes en una sola noche. Pero otra cosa que comprendí fue que para Brian el sexo no tenía absolutamente nada que ver con el amor. Utilizaba el sexo como un arma para degradar y humillar a las mujeres que se sentían atraídas por él. Algunas veces se conformaba con el mero sadismo verbal, como burlarse delante de mí de cómo se las apañaba una determinada mujer en la cama en voz tan alta que resultaba imposible que ella no lo oyera.

En otras ocasiones su crueldad se manifestaba de formas aún más peligrosas. Parecía disfrutar muchísimo pegando a las mujeres. Una y otra vez me encontraba en su piso a chicas con los ojos morados y los labios hinchados. Sin embargo, ninguna de ellas fue a la policía ni causó ningún problema. Supuse que, aunque quizá no disfrutasen de que las pegaran, estaban preparadas para tolerarlo si era el precio que tenían que pagar por compartir la cama con un Rolling Stone.

Pero maltratar a las mujeres no parecía ser algo que Brian hiciera para experimentar placer físico. Era como si cargara dentro de sí con una pena terrible y lacerante, y como si el único modo en que obtenía cierto alivio pasajero fuese transmitiéndoselo a otras personas.


En cada una de estas fotos aparece Tony Sanchez 






In each of these pictures shows Tony Sanchez

Exclusive preview of "I was the camel Keith Richards," the memoir of Tony Sanchez.

Against today's editorial puts on sale this explosive title tells in detail the relationship of the British band with drugs and scandal

Today hits stores unique biography of The Rolling Stones, written by Tony Sanchez, who was a close friend of Jagger, Richards and Jones, and 'dealer' of the band for two decades. Against Post publisher. "Stones Please Dont Stop Blog" offers an exclusive preview.

For about two decades, Tony Sanchez, who was known in London as "Spanish Tony" - lived very close to Brian Jones (until his death), Mick Jagger and Keith Richards, the core founder of The Rolling Stones. It was never part of the band, of course, but in his entourage, his entourage, first as camel Jones and later as a liaison from the rest of the band with the underworld of black market drugs. And this relationship-as friendship and mutual-dependency allowed to live in first person in the front row and some of the events that have marked the history and evolution of rock. Sanchez was present at the founding moment of the Stones, Altamont lived riots and burning discs mythical fed LSD and cocaine, and after a time, from those memories, hatched a memorable book published today finally in Spanish translation.

The editing is done by Contra, and now reaches all libraries: 384 pages of exciting and fast biography of the Stones, always contact the beast side of life, the holy trinity of sex, drugs and rock'n 'roll. If you've been bitten by the curiosity, here you can see how it all begins: we offer exclusive, and courtesy of the publisher Contra, the opening pages of the first chapter of "I was the Keith Richards Camel", which explains the encounter Tony Sanchez and Brian Jones in a club of Swinging London, the first drug transaction between the one and the other, and a rough night ending in orgy. Appetizer morbid book greedily devouring.

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I still hallucinated the Rolling Stones in the mid-sixties. The Beatles were richer and sold more albums. But had compromised his integrity with his hair neatly trimmed and his performances before royalty. The Stones were the new rulers of London. His hairstyles, his attitude, his clothes were imitated by every young aspiring to go to fashion: from elegant aristocrats lazy students who had just left behind just shorts. It is difficult now to recall the great influence, though ephemeral, it came to exercise. No other musician before they had exercised that power in the interests of social revolution.

In the center of it all was Brian Jones. Stone was the musical talent, which could catch any instrument-from a saxophone to a sitar-and learn to play at least half an hour. He who made a living playing rhythm and blues, pure and exciting, when Mick Jagger was only a mediocre student at the London School of Economics and Keith Richards and other criminal grimy art student who thought Chuck Berry because he could start three tune your guitar chords.

Brian personified the hedonistic and arrogant attitude, the main attraction of the Rolling Stones. He had left six illegitimate children, all boys and all of a different mother. That was left was the longer hair. The first dress outrageously androgynous clothes-chiffon blouses, Ascot hats and makeup-and yet, this halo around him aggressive guerrilla anyone had dared to suggest to his face that did not look too masculine. Brian was the leader and the others followed behind him limping Stones.

Things had changed lately. Among those who worked with the Stones was rumored that, unintentionally, Mick and Keith were subjugating Brian, his will broken, destroying it. Self-centered, obsessed with becoming rock stars, they could not forgive Brian Jones at first they had been subdued, musical and visually, at will. Such rumors are commonplace in the turbulent and malicious world of rock music, and I never took them seriously ... until now.

It was two in the morning and was sipping scotch with ice on a dark London nightclub called Speakeasy, waiting for him to show my friend, who was a dancer at the club. The club was packed with girls and handsome boys who had become momentarily to London in the fashion capital of the Western world. Perhaps the Swinging London now not just an old cliché. But then it was a reality and we all worked hard to perpetuate.

In clubs like the Speakeasy, all trying to look super cool but actually spent the time looking around for a famous face. It is easy to see that now a star because everyone-including dancers-gap begins to open. When it happened this time, I looked up, and there, staggering toward me was Brian Jones.


It was Brian who had met the twelve months ago. Then her golden hair shone like the sun, was dark, lithe and handsome. Now the hair hung lank and greasy around the face, pale as death, his eyes bloodshot and shadows that stretched across his face was that of someone who had not slept in a while.

'Hey, Tony, how's it going?

He smiled, he ordered a whiskey and I was flattered, not only that the lead guitarist of the Rolling Stones had remembered my name but I also had chosen me, of all the people I knew in a trendy club as the Speakeasy.

We talked for a while about disks and the latest release movies, then dropped, as if by chance, the question I had been waiting for:

- Do you know where I can buy, Tony?

I am not a camel, but Young had worked in Soho, first as a nightclub doorman, then as a dealer, so I knew exactly where to go to get anything, whether a bag of weed or a Thompson submachine gun. Consequently, people of the rock scene had passed reluctant to use me as an intermediary in their flirtations with the London underworld. Although I was afraid that this paper make trouble winding down, was young enough and hallucinating with celebrities both to conclude that deserved punish risk if it was the price I had to pay to be friends with people like Brian Jones.

- What do you want? I asked Brian, although I longed to change the subject.

He grabbed my arm and said, almost shouting:

-Anything, get me whatever. Do not give a fuck, get me something now.

I remember his eyes, sad and lost. Brian Jones, the most famous, extravagant and exuberant rock star, was now a pathetic kind. I unhook her arm and went to a black guy I knew and he knew that drug is sometimes passed to pump some cash.

- What do you seek? She whispered, I have everything: coca tripis grass ...

-Wait.

Again I ask Brian what he pleased.

Brian did not think even half a second.

-Buy me everything I asked Tony. All you have. I do not care what it costs.

The price was 250 pounds. Uncle promised the money would color in your hands the next day and, as I knew and trusted me, I spent the whole stash in a small paper bag. When I returned to our table in the middle of the room, next to the dance floor, Brian was behaving so strangely that I feared he was going to get all the drugs right there in front of everyone. Before handing the bag, I realized that I had to go to the bathroom if I wanted a drink while she was in the Speakeasy.

Before I could finish what I was saying, grabbed the bag, like a child grabs a lollipop, and took off running to the bathroom. He seemed relaxed when he returned, and smiled as I passed the bag and asked me to take care of her if you record the police. I had begun to consume some amount of cocaine so when Brian invited me to take what I felt like the bag, I gratefully accepted. I could not believe my eyes when I locked myself in the bathroom and opened the bag. Brian had not only gotten over half a gram of coke, but apparently had swallowed a handful of stimulants and tranquilizers. I returned to the table value and arming myself ready to meet Brian unconscious on the dance floor, but there he was, smiling and joking with a friend as he sipped his whiskey fifth night.

We stayed an hour, and even after taking two whiskeys, Brian appeared to be only slightly placed. It took a few weeks to realize that Brian was the kind of alcoholics who wanders into a permanent gray area: never too drunk, but not too sober.

I took him in my Alfa Romeo to its flat white Courtfield Road, Earls Court. The night was warm and there was a huge full moon, so we went fast, very fast, with the top down. Brian seemed to enjoy the speed and the wind, which made her hair got into his eyes, for he could hear him muttering, "Come on, darling, let ... faster, dear, faster."

He invited me to his apartment located on the second floor of the large red brick building to smoke a "firecracker"-so called-joints to Brian, and I accepted. While grappled awkwardly with the keys to his house, I asked in passing:

- What's that I hear that Anita is dating Keith?

It was common knowledge that Anita Pallenberg, whom I knew quite well, had left by Brian Keith Richards. Brian shivered as if he had struck a stab.

-Do not ever mention the name of the woman in front of me said. But his words could not hide the pain that gnawed at him inside and he was destroying. When Keith seduced Anita, snatched the only foothold that supported Brian and sentenced to life than just craved forget Brian.

This was even more apparent when we entered the apartment and were greeted by Nikki and Tina, two beautiful lesbians living for weeks with Brian. This made it clear that the three shared a king-size bed. What was almost as clear as any of the three supported the other two.

As I rolled a joint paper bag of Brian, this reached inside and pulled out a piece of blotting paper impregnated with LSD. After all he had drunk, cocaine and stimulants and tranquilizers she had taken, I was worried how he could affect you, but as he seemed to know what he was doing kept my mouth shut.

It was incredible, but Brian still appeared to be reasonably fullness of his mental faculties, though by then I was not sober what you say, I guess it was not the best person to judge. Suddenly, he was put into his head tapes with music he had composed. Your brain must be doing cartwheels inside the skull. While trying to put the tape in the player, this is unrolled everywhere, and the more I tried to fix the mess Brian plus it worse. In the end, ended up sitting on the floor, crying, with hundreds of feet of tangled tape around it. Then, when I got to stop, began to rip the tape-product of weeks of work-with scissors. Then cut about six feet so he could hear a piece of nonsense and it sounded like it was part of a really good song. No one will ever know if it was or not.

After joining the band started making knots because, in his confusion, he believed it was the only way to repair it. Then he started to put a piece of tape from back to front, while repeating, "How nice! That's great. " I had already tried LSD and I understood: made everything sound great.

Brian status was worse as the night progressed. He rolled a big joint every twenty minutes or more took a couple of pills and passed out on the floor. Then he looked at me with malice and growled:

I'm going to kill you, Mick-but then realized it was me. I'm sorry, Tony. Your name is Tony, no?

While it lasted all that, the girls were limited to the thugs pull this, undaunted.

-It is always well-was all that commented with a giggle when I asked if we should lock him in the room.

Then Brian began to mourn, sat with his head in his hands, like a wounded animal. See that man of impressive talent and beauty, envied and idolized by millions of people, so consumed by the pain hurt more than anything I had ever seen.

The sun shone through the windows as she blinked, rubbed my eyes and wondered where the hell he was. I had been asleep leg, had a stiff neck and looked like a football team had used my head as a ball for training. Brian was sleeping with his head on the tape recorder. Girls-considerably less exotic to the harsh light of day, is embraced cradled in one of Brian's expensive Persian rugs. Groping in the kitchen, got, somehow, make four cups of coffee just to scramble loaded everyone.

I drank slowly. So Brian stung some cocaine in a piece of glass and a ticket esnifamos wound. I know that many people have a blind faith in the efficacy of bacon and eggs, but there are plenty of people between people in the rock world who would find it difficult to start the day without adrenaline, without stimulating rocket fuel explosion a line of coke.

Brian felt as happy as a child on the first day of summer vacation after cocaine began to bubble through his body. He informed us that would lead us to take a real breakfast at the Antique Market in Kings Road, Chelsea. We huddled in his car, a Rolls Royce Silver Cloud silver metallic with tinted windows, and left lurching: Brian and I in front, the girls behind.

From the beginning, I had a suspicion that Brian was not able to walk, let alone drive a Rolls, and three hundred yards my fear was justified. Brian swerved at the corner of Fulham Road and crashed into the rear of a parked car. When he began to grope the shifter to reverse gear, it was obvious he wanted get out of there. However, the impact had caused a tremendous noise and was sure that several people had seen what happened. I jumped out of the car and scrawled a note of apology that got under the windshield wiper of the car damaged.

- Why the fuck did you do that? I asked once again got the Rolls.

He stood in my way, 'was his only reply.

I tried to convince him to let me drive me to Kings Road, but insisted he was perfectly capable of handling the car. Zigzagged towards Chelsea, like a bunch of incompetent cops silent movie.

During the tour I was forced again and again to spend the leg over Brian and stamping his foot on the brake to avoid another crash. Throughout the whole journey, people no longer look at us: a bunch of rock stars arming in a Rolls out of control. Surprisingly, we got to the Antique Market without hitting anything else, but as there were lots of cars parked suggested we go in with the girls while I parked the Rolls.

- What do you think-I'm-broke, a moron, an idiot or something? I am perfectly able to park my own car, thank you.

So, with a turn of the wheel, the big car went across the street, got straight on the sidewalk and slammed into a brick wall. The crash seemed to happen in slow motion or as if it were a movie scene. Brian could not have offered absolutely no excuse if the police had submitted soon.

When next thing I knew, the Rolls Brian went climbing with the girls while I asked, quiet and with a broad smile on his face, if he could park the car. So I went to the driver's seat while dozens of people watched the huge Rolls stamped with tinted windows for no apparent reason, against a brick wall. I managed to reverse and park just around the corner, and that was the end of that little incident. Since that day I have been a big fan of the Rolls because although the wall was completely gutted, the only damage suffered by the car was a dent in the radiator.

After coffee and croissants, Brian asked me to give them a drive by Chelsea for the rest of the day. Le flipaba turn down the back window and look out for some fans might recognize him and to run into the Rolls to get an autograph. When he tired of this game we smoke a few joints and then Brian convinced the girls to be kissed passionately. Next thing I knew, I was making love with one of them in the back seat while I sat and caught in a traffic jam on Kings Road, trying to pretend that I learned anything.

Brian was garnering a legendary reputation as a lover, and as we got to know him thoroughly, I realized that, to some extent, was well deserved. When not going too placed, did not give importance to make love with two-or even three-different girls in one night. But another thing I realized was that sex Brian had absolutely nothing to do with love. Used sex as a weapon to degrade and humiliate women who were attracted to him. Sometimes content with mere verbal sadism, as teasing before me of how he managed a certain woman in bed so loud that it was impossible for her not to hear.

At other times his cruelty was manifested even more dangerous ways. He seemed to enjoy hitting women much. Again and again I was in his apartment to girls with black eyes and swollen lips. However, none of them went to the police or cause any problems. I figured, though perhaps not that engrossed beaten, were prepared to tolerate it if it was the price they had to pay for sharing a bed with a Rolling Stone.

But do not abuse women seemed to be something that Brian did to experience physical pleasure. It was as if it loaded within him a terrible and agonizing punishment, and as if the only way I got some temporary relief was transmitted to others.















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